Los años electorales donde se juegan los puestos ejecutivos tienen ese “que se yo”. Surgen como hongos después de la lluvia precandidatos con más aspiraciones que posibilidades. Tal vez por ese error lingüístico de decir “jugar” al hecho de participar electoralmente, de protagonizar, pero tratándose de “jugar” la timba invita.
Personas que uno juraría por la Difunta Correa, el Gauchito Gil y hasta por Superman, que son gente seria, responsable, se tildan, les agarra la garrotera, se subliman, y merced a la maravilla gratuita de las redes sociales eligen su mejor foto, hacen fotoshop y listo… se lanzan a navegar en todo lo que ofrece internet como vehículo de comunicación, adosando a su pose pretendidamente de estadista la cifra mágica “2019”. Algunos/as se lanzan sin tapujo a la cacería del premio mayor… ser intendente/a.
Para ser veraces, si se puede, este surgimiento de supuestos/as líderes de las masas oprimidas pasa en todo el argento territorio, pero en San Miguel parece ser que es más abundante, más profuso, más prolífico. Y algunos politólogos arriesgan que es contagioso. Cuando alguno/a asoma el morro candidateándose otros se contagian. “Si ese/a lo hace por qué no yo, que soy más fotogénico/a, que soy más doctrinario/a”. Y allá van… soldados/as de lo suyo, milicianos/as, sin tener puta idea de gestión, sin medir que tal vez sus adláteres no sumarían ni para fiscalizar gratuitamente una escuela de 8 mesas. Pero aducen estar cansados/as de verse postergados/as, que la vida les debe no se sabe qué, pero que seguro les toca ahora a ellos/as.
Y sí, según Juan Perón cada peronista debe llevar el bastón de mariscal en la mochila, hoy el padre del justicialismo seguro estaría arrepentido de esa frase, porque la gilada se la tomó a pie juntillas. Y además como se trata de jugar, la adrenalina es reina y señora. “Cinco guitas yo mi suerte, me la juego a la tapada, qué lindo clavel del aire, qué me importa si me muero”, decía el poeta Héctor Gagliardi, antes que existiera el peronismo, premonitorio el hombre.
Desde su torre de marfil (siempre quise escribir esa frase), el monje negro del Frente para la Victoria, del Frente Renovador, del frente conservador Cambiemos, el políticamente transitivo Joaquín de la Torre, alimenta esos devaneos electoralistas.
Unos afiches por acá, unos pasacalles por allá, unas gigantografías por acullá, sumar algún activo de sus “recursos humanos” supuestamente militantes políticos, para reforzar a algún precandidato desabastecido de tropa propia, mientras maneja los hilos del gran titiritero.
Después de todo el Joaca puede ser generoso con el manejo de la caja municipal, ya lo es con tanto supuesto opositor, cuanto más puede serlo en época de porfía electoral. Dividir es su lema, candidatearse en masa es el lema común de los más comunes intelectualmente hablando. Así que le queda de pechito.
Y si en el horizonte aparece el concepto “lista de unidad”, mire lo que le digo, “es pa` pior”. Porque entonces quién le quita la ilusión a tanto/a consecuente perdedor de internas, de que ahora sí es su momento, que todos tras él o ella, que para esto no hay distinción de género.
¿Será esta vez la vencida, serán capaces de unirse hasta que duela? ¿Serán capaces de ir por la gloria, de hacer historia? ¿Será que se harán carne las necesidades del pueblo sanmiguelino, en tanto precandidato de ocasión? ¿O seguirán siendo cacatúas soñando con la pinta de Gardel?
“Me voy corriendo a ver qué escribe en la pared la tribu de mi calle”, canta el Indio Solari en Vencedores Vencidos. Y voy yo también, a ver si me están candidateando, porque esta vez me toca a mí, faltaba más.